Caminar por los puestos de una
feria sería infértil; salvo por los barquitos de madera, los ovillos de
lana teñidos con barba de palo y el licor de oro hecho por artesanos “Artesanos”.
Infértil porque al menos la mitad de los productos no son artesanales, y menos
de la zona.
Un turista gringo (llámese gringo a cualquier extranjero) se
prueba un “sweater” del altiplano y se va feliz con su muestra del sur de
Chile. Lo que no sabe es que el souvenir es nortino, y que se encontrará con el mismo en la siguiente parada. Y así, feria tras feria. ¡EstoEsMierda! Y no es un
insulto a nuestra cultura andina; es una interpelación a la homogeneidad de las
ferias artesanales. Entiendo que la gente debe ganarse la vida (lo sé porque
durante años soy testigo de los golpecitos del huso contra el piso, del olor a
lana cruda y de los palillos de mi abuela), pero es penca encontrarse con productos que no son nativos (aquí viene la discusión de qué es
lo original de una cultura. Si es que existe lo original) y que quitan tribuna a
los que sí son, y que además se repiten una y otra, y otra, y otra, y no es
suficiente aún, y otra vez.
Por eso, amargado por los
juguetitos de plástico del local 13 y la bravura de un típico quiltro chileno, me arranqué para almorzar en la marisquería que estaba justo al lado. Había
una fila esperando por unos potes plásticos que costaban luca, y que
llevaban cholgas, erizo o salmón picado. Compré uno de salmón que me prepararon
con cebolla a cuadritos y cilantro. Imitando a un turista, le agregué unas verduritas para condimentar su sabor. Fueron dos cucharadas soperas. Me senté en la
solera y degusté mi almuerzo. Después de la cuarta cucharada que me eché a la
boca, sentí un fuego en mi esófago, en la lengua y en la
comisura de mis labios. Como que me anduve atorando, así es que tragué un sorbo de agua. Miré con más atención el pote y… ¡claro! las verduritas no
eran verduritas: eran trocitos de ají verde y rojo, cachos de cabra con pepa y
todo. Separé el ají del salmón y
me comí lo que quedaba.
El toque picante era con la punta de la cuchara; como para que se note lo chileno. Pero terminé atorado, igual que en la feria artesanal.