"Fermín Alvarado. Cuando digo su nombre parece que estuviera viéndolo.
“Tómeme del brazo, pues, Adelina ¿o le doy vergüenza? Sí, el Chauco sí anda
suelto... pero allá bien lejos, en los faldeos de Putique... Usted y yo podríamos
ir a enfrentarlo algún día ¿no le parece?...” De vuelta yo le atinaba una
sonrisa, y ahí mismo que entraba en calor. Rojeando la chagua, dijera. Un
quemar igualito al de los reitimientos donde oña Herminia. Si él hubiera sabido
de mis deseos, seguro que se chamuscaba. Los incendios suelen ocurrir así: un
fósforo, un pajonal y sabe el diablo cómo y en qué momento pone la fricción que
pronto todito se ha quemado".
lunes, 30 de noviembre de 2015
lunes, 23 de noviembre de 2015
Don Ernesto ¿profesor?
Cuento publicado en el diario Insular de Castro, Chiloé, el día 23 de noviembre.
lunes, 16 de noviembre de 2015
Heridas de amor
Texto finalista en el Concurso Nacional de Literatura Verbo Desnudo 2014, publicado en el diario Insular el día 16 de noviembre.
Me preguntaba si la forma de proponer una definición sobre el amor y sus heridas podría venir de una reflexión desatendida de emoción. Por ejemplo, desmenuzando “herida” y “amor” hasta encontrar un lugar en donde ambas palabras se cruzaran y pudieran hilar desde ahí un concepto. Sin embargo, al pasearlas por mi imaginación, tuve una constricción corporal, e instantáneamente se me vino a la mente una canción de Calamaro que dice “no me pidas que no sangre cuando aun el cuchillo no sacaste de mí, no me pidas que use cicatrizante. Dame días, dame meses”. Luego, cuando quise retomar el ejercicio, recordé dos episodios de mi niñez.
1
Recreo. Romina corre. Su cola de caballo, que nace de un moño rojo y que termina en el vuelo de su delantal a cuadritos, se azota. Emilio y yo la miramos. Convenimos un acuerdo. “Si Romy no puede ser de los dos, no puede ser de ninguno”. Corremos tras ella, pero sin alcanzarla. La dejamos escapar, para perseguirla.
Un día Romina deja de correr. Y Emilio, sin siquiera mirarme, la atrapa.
2
En el living de mi casa hay un gomero. Sus hojas despiden agua. Me acerco a él e imagino que transpira y que llora. Deslizo mi manga sobre sus hojas que parecen de plástico. Las seco. Las seco siempre.
Un día mi papá me dice que nos cambiaremos de casa, y que este nuevo lugar es muy pequeño. Y que las plantas, incluido el gomero, no podrían ir con nosotros.
Insisto en definir “herida de amor”, y la canción y los episodios de infancia me interrumpen una y otra vez. Sospecho, de pronto, que si pensara en ellos con seriedad, podrían serme útiles. Pienso, por ejemplo, que no son las heridas las que requieren de tiempo, sino el cuchillo, para aflojarse. Que la amistad no es tal si requiere de acuerdos. Que si de extrañar a alguien se trata, hasta las plantas.
lunes, 9 de noviembre de 2015
Piñen
Cuento re-publicado en el diario Insular el día 9 de noviembre.
Fuente imagen: eloscuroborde.wordpress.com |
–El duelo pa` largo –le dijo Arcadino, adivinándole el pensamiento– Fuéramos a Meltrao, quién nos iba a cachar allá en el bar de los Mancilla.
–Cállate chico –respondió Floridor– No vaya a escucharte oña Rita.
–Shiiii! Ni que juera tu moza.
–No es mi moza, pero don Edmundo Bahamondes era su primo segundo. Y las desgracias se comparten.
Arcadino se quedo mirando a su amigo; a veces decía cosas que no lograba entender del todo. “La vida dura debe ser”, pensó. Una comezón pinchó su pierna derecha. Nervioso, se quitó la zapatilla y arremangó su pantalón hasta un poco más arriba del muslo.
–Chuuuuu, ganchito –dijo Floridor, mirando la pierna de su amigo– Así mismito es la muerte.
La rodilla de Arcadino estaba negra. La mancha recorría nítida los primeros centímetros de canilla, confundiéndose luego entre sus vellos protuberantes. Justo en donde su pierna y su pie hacían bisagra, se volvía azabache. En el empeine del pie volvía a disolverse, en puntitos, llegando a parar a la carne de las uñas.
–¡¿Qué cosas andas diciendo?! –respondió Arcadino.
–Que así mismito es la muerte, ¿no lo ves? –repitió Floridor, misterioso.
Como lo haría una mujer, Arcadino sostuvo su pierna desnuda sobre la otra. Acercó su cabeza hasta la canilla y se quedó mirándola, fijamente. Floridor se arrodilló a su costado.
–Sí, es que mira –dijo Floridor, posando su dedo índice sobre la rodilla de Arcadino– Cuando alguien muere brota la pena, como una mancha negra, como un ojo de mar. La pena, que nace espesa, se escurre entre el pelo –tirándole los vellos de la pierna– ¡Me cago que hay algunos que la pueden disimularla tan bien! Entre la selva, se hace la lesa. Corre. Pasa. Cuando ya está perdida, aparece de nuevo –apretándole los huesos salientes del pie, como un alicate– Shiiiii, tate quieto. Entonces brota más negra, más fea. Se queda un ratito. Luego ya se divide en puntitos, hasta el final de la vida.
Arcadino vistió su pierna, de un tirón. Miró a su amigo. “A éste le falta una buena tranca. La pena lo chaló”, dijo despacito. De sus bolsillos sacó unas monedas que en un principio no iba a compartir. Lo tomó del brazo. Se levantaron de la solera y se fueron caminando por calle Ramón Freire.
***
Desde el farolito de tejuelas, un viejo observaba a la pareja de borrachines. Éstos reían, gritaban y azotaban sus cuerpos de un lado para otro, alegremente. Sintió envidia. Una corriente de aire casi lo tumbó. Se compuso. “Muy sencilla la vida, muy sencilla”, dijo. Entonces se echó la manta sobre la cabeza, como una virgen, y salió tras ellos.
lunes, 2 de noviembre de 2015
El paseo
Fragmento cuento publicado en el diario Insular el día 2 de noviembre.
Fuente pintura: gustavocolina.blogspot.cl |
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