Ely sentía angustia porque el lugar en donde trabajaba le resultaba incómodo. Todavía cuando había establecido algunas normas e intervenido los espacios con algunas plantas, no podía quitar de su mente la asociación que hacía con los CCP del centro de Santiago.
-Vamos por el principio -dijo el doctor- ¿Qué sabe de los CCP?
-La verdad es que, como comprenderá, nunca he asistido a uno. Lo único que conozco de ellos es lo que se deja entrever por la abertura de sus puertas. Las luces parciales, la música fuerte… el olor a cigarro.
-Entonces, usted se ha dedicado a investigarlos…
-Bueno… no se… en realidad… he invertido algunas mañanas frente a sus vidrios polarizados.
-Y… ¿qué opina de la gente que los visita?
-Los que frecuentan esos lugares son…. cómo decirlo… son personas sedimentadas… Son como el aliento de un fumador: inclusive si se lavaran los dientes no sería posible quitarles el olor a tabaco.
-Y qué me dice del lugar donde usted trabaja.
-Es un espacio muy amplio… cuenta con diez cubículos y en cada uno de ellos hay una torre, una lámpara y un cartel de advertencia con los sitios prohibidos de visitar… Está demás decir que están cubiertos por una cortina.
-Y… ¿qué opina de la gente que la visita?
-En general son hombres maduros que se enclaustran por tiempo prolongado… Vaya a saber qué es lo que miran.
-¿No dijo usted que había carteles anunciando los sitios prohibidos?
-Si… pero aunque tuviéramos un control central, nadie llegaría a saber de sus intenciones. Ocurre lo mismo con los CCP… Los vidrios polarizados, al igual que los cubículos, son espacios cerrados que, en sustancia, esconden.
-Entonces…
-¿No cree lo mismo que yo? ¿No cree que la maldad emerja del anonimato y la soledad?
El doctor se quedó pensando. Ambos se tomaban un café.
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