miércoles, 3 de diciembre de 2014

Bitácora de una stripper

Andrés –el comprometido– había insistido a sus amigos, al borde del hostigamiento, que no deseaba una stripper. Manuel Miguel, mejor amigo de Andrés y organizador del evento, proponía lo contrario. “Las desgracias deben celebrarse”, decía. El resto de los involucrados en el asunto dudaban de los verdaderos deseos de Andrés, escudriñando en su negativa dos razones: la primera, suponía una aprensión pre-marital de parte de Laura, quien lo había anulado desde los comienzos de su relación. La segunda, consecuencia inmediata de la anterior, refería a una auto-restricción de sus impulsos, la cual disfrazaba, cada vez que se le interpelara por aquella conducta, bajo la frase: “La madurez hace hombres nuevos. Cuánto les falta, queridos amigos”.

La sobriedad con que Andrés deseaba celebrar la noche previa a su compromiso-para-siempre, obligó en sus amigos un plan de contingencia. Un plan que, en palabras de Manuel Miguel “vendría a subsanar su desavenida y menoscabada virilidad”.




Ilustrado por Maca y Rosa

Departamento de Manuel Miguel
22:15 horas

La noche, como la nostalgia, envolvía al grupo de amigos. En estos tiempos, crueles y vivos tiempos, no cualquiera asumía un compromiso tan radical y tan amoroso, o tan amorosamente radical. Sobre todo con un par. Y opuesto.
El primer choque de copas sonaría sin más.

–Amigo Andrés, que te estimo por sobre mi altitud… –dijo Antonio, quien con su mollera topaba el cielo del departamento– quiero decirte, que aunque estés cometiendo el mayor error de tu vida, te apoyo con mi corazón ¡Salud!


Y todos estrecharon los vasos.



Marco levantó su copa y prosiguió con el brindis. 

–Las palabras sobran querido Andrés… No creo, aún no creo que procedas con una decisión que ninguno de nosotros aprueba. Sin embargo, te quiero ¡Salud!


Y todos estrecharon los vasos.


Manuel Miguel guiñó un ojo a ambos y disimuladamente volteó hacia el comprometido. Éste, los miraba extraviado, como quien ve pasar un día cualquiera su propia vida por televisión.


22:17 horas

El brindis desgajó el rostro de Andrés en distintas muecas. Muecas que recorrieron sus ojos, su mentón y su boca. Muecas nerviosas que deseaban disolverse hallando el sentido de aquellas palabras.

Observó a sus amigos. De pronto, un haz de luz inundó su corazón. Sus entrañas, como si fueran víctimas de una gran verdad, se llenaron de calor. La tibieza subió por sus venas y se alojó en su rostro. Aquellas voces no eran extrañas, pensó. Aquellas voces eran sus amigos.


Sereno, alzó la voz y dijo:


–No pueden bromear así con la decisión más importante de mi vida.


Y todos rieron.


23:35 horas

El alcohol decrecía generoso a favor de la risa y la camaradería. Los amigos comenzaban a sumergirse en la noche oscura.
Previo gesto de Manuel Miguel, Antonio y Marco recordaron sus tiempos universitarios. La actitud despreocupada, casi contemplativa, con que se hacían a las horas. Acortaron el camino y le enrostraron al comprometido su pasado.

Uno a uno, los recuerdos fueron punzando el rostro de Andrés. Sus mandíbulas se tensaron, aprisionando sus dientes y su lengua. Su cabeza parecía un globo apunto de estallar.
–Aunque gloriosos instrumentos en el pasado, todos tranzamos nuestros vicios por alguna mujer...–dijo Antonio– Sin embargo, aquello no significa volvernos personas diferentes… ¿no es cierto, Andrés?

1:30 horas

Entonados por el alcohol, al cual harían responsable de sus dichos al día siguiente, Manuel Miguel, Antonio y Marco pusieron en efecto el golpe final.

–Tras el papeleo civil, la domesticación de hombres como Andrés es el curso natural –dijo Antonio.


–No hace falta una firma -dijo Marco– En la vida de un hombre cualquiera, mujeres como Laura sentencian las historias… con finales infelices.


Manuel Miguel les devolvió una sonrisa y los instó a seguir.


–Te conocimos desatado Andrés… –dijo Antonio– Hoy, ni tu sombra. Laura controla tu vida, tú disfrazas ese control en una actitud responsable… Años atrás, una stripper era la coronación de nuestro fin de semana…


1:35 horas

Con la dificultad propia de sus expresiones, Andrés se incorporó en el sillón. Se engulló el vaso medio lleno que tenía apretujado y envistió, cual escudero, un discurso que reivindicaba a su prometida.



Ilustrado por Maca y Rosa

1:59 horas
Antonio fumaba un cigarrillo. Marco lo miraba con ojos desahuciados. Manuel Miguel yacía sumergido en la aridez de su copa. El plan, cuyas provocaciones habían buscado despertar en el corazón de Andrés algún instinto insurrecto, había fracasado. No había hilo del que se pudiese enhebrar una herida. No había restitución de virilidad. No habría, por lo tanto, una stripper. El amor, como siempre, le había ganado al hombre.

2:05 horas

Entre la espesura de colores y formas que desdibujaban sus estados, se escuchó una voz.

–Deben –dijo la voz, haciendo un esfuerzo por hilar– deben tener valentía… largos son los caminos, la compañía es escasa… Yo estoy enamorado, profundamente enamorado… ¿Acaso no lo entienden? ¿Acaso no les basta?


Un silencio expectante, de aquellos que aguardan un estallido orquestal, abarcó el departamento. El cielo y las paredes retomaron su nitidez en los ojos de Manuel Miguel, Antonio y Marco. Aquellas palabras eran las que habían esperado toda la noche. Y ahora rondaban en el aire, libres, como blancos listos de flechar.


–Es que no te creemos –dijo Antonio.


–Nunca te hemos creído –sentenció Marco.


Ni siquiera el alcohol pudo atenuar la desazón que emergió del rostro de Andrés. Su expresión desfigurada comenzó a asustar a sus amigos. Con un codazo, Manuel Miguel apresuró a Antonio en sus dichos.


–Debes convencernos que tu hombría no se ha perdido -dijo Antonio.


–Debes… –sentenció Marco– debes coronar la noche como antaño.


3:03 horas

Sonó el citófono del departamento. Manuel Miguel, Antonio y Marco se tomaron de las manos, revueltos de angustia. Una angustia que socavaba sus entrañas y revolvía caliente su imaginación.

Desde el sillón opuesto, Andrés los observaba en silencio.


Tras la puerta quinientos doce se presentó, con un acento particular, la mujer más sugestiva que habían visto en su vida. Su perfume ácido exaltó inmediatamente cada parte viva y muerta del departamento. Su cuerpo ocultaba ritmo tras un abrigo que caía más allá del suelo. En sus hombros reposaba una cola de caballo que se enredaba hacia el final, entre sus dedos juguetones.


Empresa de la noche, la mujer pronunció unas cuantas palabras y se remitió a lo contingente. Dejó caer sus manos enjoyadas en el término o, quizás, comienzo de su vestimenta. Tomó los botones de su abrigo y lentamente fue abriendo un tajo. Primero fueron sus rodillas. Luego sus muslos negros. Carne maciza, cuyas curvas interiores develaban un camino hacinado, iba dibujándose. Se detuvo en la falda y alzó un fusilazo. Su mirada penetró la angustia de Manuel Miguel, exacerbándola. Se volvió en sus dedos. Su figura se ensanchaba fértil. Su vientre partía desde cero y subía, subía hasta…


Sus vestimentas ardían en el suelo. Su silueta sostenía agonizante el fuego de las intenciones.


La escena se hizo insoportable en los ojos de Andrés. Desquiciado, saltó de su asiento y gritó con todas sus fuerzas:


–¡Yo! ¡Yoooooooooo! ¡Soy yo a quien buscas! ¡Soy yo el comprometido!



Ilustrador por Maca y Rosa

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