"Fermín Alvarado. Cuando digo su nombre parece que estuviera viéndolo.
“Tómeme del brazo, pues, Adelina ¿o le doy vergüenza? Sí, el Chauco sí anda
suelto... pero allá bien lejos, en los faldeos de Putique... Usted y yo podríamos
ir a enfrentarlo algún día ¿no le parece?...” De vuelta yo le atinaba una
sonrisa, y ahí mismo que entraba en calor. Rojeando la chagua, dijera. Un
quemar igualito al de los reitimientos donde oña Herminia. Si él hubiera sabido
de mis deseos, seguro que se chamuscaba. Los incendios suelen ocurrir así: un
fósforo, un pajonal y sabe el diablo cómo y en qué momento pone la fricción que
pronto todito se ha quemado".
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