lunes, 23 de noviembre de 2015

Don Ernesto ¿profesor?

Cuento publicado en el diario Insular de Castro, Chiloé, el día 23 de noviembre. 

Parece una obviedad decir que la eficacia de un método de enseñanza no radica solo en la experticia que tenga alguien de una materia en particular, sino también en cómo el especialista ha de entregar la materia. Obviedad que, suponemos, conocen de cerca todos aquellos que han ejercido alguna vez el oficio de profesor. Sin embargo, en nuestra historia estudiantil (con las revoluciones de los últimos años, hablar de estudios es hablar de una historia paralela, robusta, capaz de caminar por sí sola), no escasean los docentes que han burlado esta definición (todavía cuando es bastante precaria), logrando que su recuerdo permanezca en nosotros, sus estudiantes, por motivos por los cuales ningún miembro del gremio quiere ser recordado: enseñar mal o muy mal (y/o enseñar nada). Como este ejercicio quiere escapar a tal ineptitud pedagógica, quiero hablar de don Ernesto, profesor de filosofía en mis años de liceo, de una manera en la que a él jamás se le hubiese ocurrido: imaginando una historia que parte con dos ratones en una cueva. Sí, dos ratones. Uno pequeño e ignorante, al que podríamos llamar “Manuel”, y otro gordo y sabio, al que podríamos denominar “profesor”. El asunto que los convoca es de supervivencia. Manuel no ha comido en días y la única respuesta a su problema se haya aprisionado en una trampa. Es decir, un queso señuelo que espera un movimiento falso para matarlo. Profesor propone al chicuelo enseñarle cómo comerse el manjar. Para esto se disfraza de gato. Y le dice: “miau miau, miau –alzando la pata sobre su oreja– miau”. Pese a hacer el esfuerzo, Manuel no entiende el mensaje. Profesor lo mira con desprecio. Se saca el disfraz y le dice: “pon atención, tonto”. El ratoncito, que ya no puede más de hambre, se sienta y lo vuelve a escuchar. “Miau miau, miau –alzando la otra pata sobre su oreja– miau”. El profesor le pregunta: “¿has entendido?” Y Manuel, con las costillas pegadas a la espalda, cae de costado, sin haber entendido una sola palabra. Porque así era don Ernesto. Aunque haya tenido poco que ver con el queso, los ratones y los gatos, así era.

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