lunes, 9 de noviembre de 2015

Piñen

Cuento re-publicado en el diario Insular el día 9 de noviembre.

Fuente imagen: eloscuroborde.wordpress.com

Floridor sabía que la muerte no era un asunto liviano. Lo sabía al callo. Sin embargo, aquel cartel que pendía de la ventana del bar de los Bahamondes llevaba más de cuatro días; tiempo suficiente para sacar de sus casillas a cualquiera de sus clientes.

–El duelo pa` largo –le dijo Arcadino, adivinándole el pensamiento– Fuéramos a Meltrao, quién nos iba a cachar allá en el bar de los Mancilla.

–Cállate chico –respondió Floridor– No vaya a escucharte oña Rita.

–Shiiii! Ni que juera tu moza.

–No es mi moza, pero don Edmundo Bahamondes era su primo segundo. Y las desgracias se comparten.

Arcadino se quedo mirando a su amigo; a veces decía cosas que no lograba entender del todo. “La vida dura debe ser”, pensó. Una comezón pinchó su pierna derecha. Nervioso, se quitó la zapatilla y arremangó su pantalón hasta un poco más arriba del muslo.

–Chuuuuu, ganchito –dijo Floridor, mirando la pierna de su amigo– Así mismito es la muerte.

La rodilla de Arcadino estaba negra. La mancha recorría nítida los primeros centímetros de canilla, confundiéndose luego entre sus vellos protuberantes. Justo en donde su pierna y su pie hacían bisagra, se volvía azabache. En el empeine del pie volvía a disolverse, en puntitos, llegando a parar a la carne de las uñas.

–¡¿Qué cosas andas diciendo?! –respondió Arcadino.

–Que así mismito es la muerte, ¿no lo ves? –repitió Floridor, misterioso.

Como lo haría una mujer, Arcadino sostuvo su pierna desnuda sobre la otra. Acercó su cabeza hasta la canilla y se quedó mirándola, fijamente. Floridor se arrodilló a su costado.

–Sí, es que mira –dijo Floridor, posando su dedo índice sobre la rodilla de Arcadino– Cuando alguien muere brota la pena, como una mancha negra, como un ojo de mar. La pena, que nace espesa, se escurre entre el pelo –tirándole los vellos de la pierna– ¡Me cago que hay algunos que la pueden disimularla tan bien! Entre la selva, se hace la lesa. Corre. Pasa. Cuando ya está perdida, aparece de nuevo –apretándole los huesos salientes del pie, como un alicate– Shiiiii, tate quieto. Entonces brota más negra, más fea. Se queda un ratito. Luego ya se divide en puntitos, hasta el final de la vida.

Arcadino vistió su pierna, de un tirón. Miró a su amigo. “A éste le falta una buena tranca. La pena lo chaló”, dijo despacito. De sus bolsillos sacó unas monedas que en un principio no iba a compartir. Lo tomó del brazo. Se levantaron de la solera y se fueron caminando por calle Ramón Freire.

***

Desde el farolito de tejuelas, un viejo observaba a la pareja de borrachines. Éstos reían, gritaban y azotaban sus cuerpos de un lado para otro, alegremente. Sintió envidia. Una corriente de aire casi lo tumbó. Se compuso. “Muy sencilla la vida, muy sencilla”, dijo. Entonces se echó la manta sobre la cabeza, como una virgen, y salió tras ellos.

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