lunes, 16 de noviembre de 2015

Heridas de amor

Texto finalista en el Concurso Nacional de Literatura Verbo Desnudo 2014, publicado en el diario Insular el día 16 de noviembre. 


Me preguntaba si la forma de proponer una definición sobre el amor y sus heridas podría venir de una reflexión desatendida de emoción. Por ejemplo, desmenuzando “herida” y “amor” hasta encontrar un lugar en donde ambas palabras se cruzaran y pudieran hilar desde ahí un concepto. Sin embargo, al pasearlas por mi imaginación, tuve una constricción corporal, e instantáneamente se me vino a la mente una canción de Calamaro que dice “no me pidas que no sangre cuando aun el cuchillo no sacaste de mí, no me pidas que use cicatrizante. Dame días, dame meses”. Luego, cuando quise retomar el ejercicio, recordé dos episodios de mi niñez. 

1
Recreo. Romina corre. Su cola de caballo, que nace de un moño rojo y que termina en el vuelo de su delantal a cuadritos, se azota. Emilio y yo la miramos. Convenimos un acuerdo. “Si Romy no puede ser de los dos, no puede ser de ninguno”. Corremos tras ella, pero sin alcanzarla. La dejamos escapar, para perseguirla.

Un día Romina deja de correr. Y Emilio, sin siquiera mirarme, la atrapa.

2
En el living de mi casa hay un gomero. Sus hojas despiden agua. Me acerco a él e imagino que transpira y que llora. Deslizo mi manga sobre sus hojas que parecen de plástico. Las seco. Las seco siempre.

Un día mi papá me dice que nos cambiaremos de casa, y que este nuevo lugar es muy pequeño. Y que las plantas, incluido el gomero, no podrían ir con nosotros.

Insisto en definir “herida de amor”, y la canción y los episodios de infancia me interrumpen una y otra vez. Sospecho, de pronto, que si pensara en ellos con seriedad, podrían serme útiles. Pienso, por ejemplo, que no son las heridas las que requieren de tiempo, sino el cuchillo, para aflojarse. Que la amistad no es tal si requiere de acuerdos. Que si de extrañar a alguien se trata, hasta las plantas.

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